viernes, 3 de enero de 2020

Un dojo y un par de tazas de té

Ha pasado mucho tiempo ya, diez años aproximadamente, desde que nos conocimos el bancho y yo.
El "canalla" ese bar en el que lo conocí ya no existe, así como otros tantos lugares de aquel pueblo, todo está muy distino, incluso él mismo, aunque su esencia ácida y sarcástica le persiste. 

Hemos sustituido aquel bar por un lugar de esos en los que sirven café y se escucha música jazz. 
Recuerdo que en una ocasión en la cual no encontrábamos en ese lugar y depronto entró un hombre ebrio pidiendo dinero a la gente, todos lo veían con un gesto de rechazo e indignación, al no tener respuesta de nadie el hombre alzó su voz reclamando ya no la caridad si no que minimamente lo voltearan a ver como una persona más, mi amigo se levantó muy efusivamente de su silla, parecía como si lo fuese a agredir, pero no, él sólo se acercó al hombre, le ofreció un café y lo invitó a salir. 
Al regresar a nuestra mesa miro con rareza nuestras tazas y dijo "¿somos unos ancianos o qué? vamos por unas cervezas"  nos fuimos de ese lugar riéndonos de la reacción de la gente, me comentó que tampoco se sentía agusto con aquel hombre puesto que irrumpió la tranquilidad de momento, pero no sé merecía el rechazo de la gente. 

Ese día le aprendí algo: si alguien te incomoda no es necesario serle indiferente,  lo mínimo que se puede hacer es mostrarle la salida de la manera más cortés posible; He de admitir que aún me cuesta aplicar esta lección. 

Me imagino que esa forma de ver las cosas la adoptó por la disciplina que le da al kendo: no humillar al contrincante en caso de ganarle, no presumir de la victoria, no tomar represalias en caso de perder. 
Veo mucho de esas actitudes en el dentro y fuera de dojo. 

Eso mismo fue lo que le permitió acercarse a gente que le interesaba su manera de ser y al descubrir que  esa disciplina se la debía al kendo muchos y muchas decidieron comenzar a practicarlo bajo su tutela, sin perdurar tanto como él, no por que no fueran capaces de seguirle el ritmo  a él, si no a si mismos, el arte marcial exige disciplina de uno mismo y si uno no es capaz de sostenerla perderá el ritmo, eso es lo que me ha explicado...

Hubo una ocasión en que el fue de visita a la ciudad donde vivo, su antigua ciudad, se quedó en mi casa por una semana mientras visitaba a otras amistades. Un día en el que salimos de paseo, mientras íbamos en metro de regreso a mi casa, un hombre, también ebrio, como el hombre del café, estaba incomodado a una chica, cuando él se percató de eso, decidió intervenir en la situación de la manera en que sólo podría hacerlo: la irreverente. 
Esperó al momento adecuado en que el hombre intentara acercarse nuevamente a la chica y en ese momento lo aló por detrás de  su camisa, el hombre desorientado se tambaleó y miró hacia atrás mientras mi amigo fingía demencia yo trataba de contenerme ya que me encontraba molesto con el hombre y además su reacción de extrañes me produjo mucha gracia. Solamente a él se le pudo ocurrir  solucionar la situación de esa manera sin detonar un pleito más grabe también tengo que subrayar que fue el único que se atrebio a hacer algo, los demás en el bagon del metro solo mirábamos con rechazo. Es fecha en que en nuestras reuniones con otros amigos seguimos contando esa anécdota y me sigue producendo la misma gracia y asombro. 

En cierta temporada él deseaba ser más espiritual, de la manera más convencional, entonces buscó  conocer la religión que la mayoría de las personas práctica y comenzó a dedicarse a ello hasta que decidió formar parte de dicha religión aunque claro, sin dejar de lado sus propias convicciones, desde aquel entonces comenzamos a tener conversaciones más profundas pasando de conceptos  teológicos a temas más personales, en más de una ocasión hemos tenido desacuerdos, pero eso mismo anima las conversaciones. 

En una de esas ocasiones en que viaje a mi pueblo para visitar a mi familia lo llamé para vernos en el café de siempre, al reunirnos lo noté algo pensativo con una expresión de cansancio, al preguntarle que sucedía me dijo lo soguiente: necesito otros aires, otros espacios, apenas solucione algunos asuntos familiares tomaré mi motocicleta y mi katana para marcharme de aquí a no sé donde aún. Sucedía que su nueva espiritualidad lo había hecho pensar y reflexionar sobre si mismo y necesitaba un cambio. 
El comentario me removió muchas cosas, por una parte me sentí feliz por el, se estaba proponiendo hacer algo nuevo de su vida, mientras que por otra parte pensaba  que ya no nos frecuentariamos como hasta la fecha. No dude en decirle lo que pensaba, me agradaba la idea de que busque algo nuevo para su vida, bien sé que la rutina no le va nada bien a aquel hombre pero que también  lo hecharia menos, su acidez no se hizo esperar con una risilla sarcástica me dijo "¡que nena eres, lloron!"
Entendí su comentario, el hecho de que se mude no implica que dejemos del frecuentarnos, además no es nada definitivo aún. 

Algunos de esos asuntos  familiares lo siguen ocupando, no hace mucho tuvimos una charla bastante larga sobre ese tema, no se trata de nada grabe sólo está mostrando interés en el bienestar del su familia  cosa que muchos tardan en comprender y hacer. 

Hoy por hoy ya que me he desenvuelto profesionalmente, dedicando me a la consulta psicoanalítica y la docencia además de montar obras de teatro como era mi plan en la preparatoria, y mientras él soluciona sus asuntos se ha hecho de un dojo dónde instruye a jóvenes sobre el arte del esgrima japonés para transmitirles, además de esa disciplina que lo ha formado, también tiene la intención de generar  consciencia social a los jóvenes quienes ahora lo llaman con otro apodo distinto al que tenía cuando lo conocí, ya no lo llaman bancho, ahora lo llaman sensei. 

Nuestras conversaciones han cambiado,  ahora son, más pusadas diría yo, nuestra amistad ha llegado al grado de no tener que decir algo constantemente, le pregunté si se había percatado de eso, su respuesta fue "si y es que contigo puedo estar solo, es una cosa que me agrada bastante de ti" y es qué, si bien siempre encontramos de que hablar, mi profesión me a llevado reconocer cuando el silencio es lo más oportuno para ofrecerle a una persona, sobre todo a un amigo.

Ahora, cada que lo vicito en su dojo nos sentamos, tomamos un par del tazas de té mientras compartímos el silencio… Eso hasta, que el té se termina y  alguno de los dos diga " no somos tan viejos, vamos por cerveza"


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